El último intento para decir adiós

Erase una vez un pollo llamado Yunnie, y ese pollo se enamoró de un humano.

El humano cuido a Yunnie y lo alimentó con lo mejor de lo fantástico. Pollo creció y seguía enamorado, pero un día el humano preparó algunas verduras y limpio los trastos. Pollo Yunnie se inquietó; el hombre jamás cocinaba. Pero entonces recordó, el hijo del hombre iba a casarse. Removió sus plumitas amarillas y respiro profundo.

Si el hombre lo veía tan bonito y limpio, no tendría corazón para matarlo. Si es que pensaba matarlo, claro.

—Yunnie—llamó la madura voz del hombre. Pollo no se movió—ven pequeño, voy a darte un baño.

Yunnie hizo un pequeño cálculo; no era día de baño.

Pero su humano apareció de pronto enfrente suyo, y Yunnie pudo percibir algo; los ojos azules estaban húmedos y rojos.

Lo tomó con delicadeza y lo levantó a la mesa.

—No es algo que quiera hacerte…

Pudo oír el filo del hacha temblar en la esquelética mano del hombre.

Pero siguió sin moverse.

Luego sintió humedad en su piquito, y con miedo, abrió los ojos que había cerrado segundos antes. Una presión se mantenía. Los labios rosas y mojados del humano se habían posado sobre el color de su pico, pidiendo perdón.

Dando a entender que no lo haría si tuviera alguna otra opción.

Pero no la tenía. Y debía hacerlo.

Los labios no se separaban, pero Yunnie ya sentía el fino acero acariciar las plumas de su cuello.

Pasó saliva y se concentró en el cielo que se escondía tras el refugio del techo de madera.

Pronto ya no habría nada.

Ni azul, ni blanco, ni amarillo.

Solo una espesa oscuridad llamada olvido.